Por unos segundos.

Todos tenemos peticiones y deseos ocultos que no acostumbramos a compartir con nadie. Unos más íntimos que otros. Unos más descabellados que otros. Y lo más absurdo de todo es que casi nunca se hacen realidad.

¿Por qué no acostumbramos a compartirlos con nadie? ¿Por qué casi nunca se hacen realidad? Simplemente porque está fuera de nuestro control, de nuestro alcance, de nuestras manos. No somos capaces de controlarlo ni de disponerlo a nuestro antojo. Y por temor a ser juzgados, y por temor al ridículo, y por la sencillez de la vida, no lo hablamos nunca. Alguna vez escuche a alguien hablar sobre las cosas absurdas que callan los hombres y que los hace parecer más tontos. Es por eso que el miedo gana.

Hoy tuve un regalo de la vida. Un regalo del creador. Una prueba de utopía. La realización de una vida ideal inexistente. Tal vez una caída en el ensueño o un golpe de la realidad queriéndome recordar cuál es mi lugar.

Porque así pasa. La vida siempre se encarga de recordarnos quienes somos y donde debemos estar. Nos deja soñar por unos minutos para descansar del peso del estrés, de lo negativo, en lo que no voy a profundizar. Y sólo por unos minutos, para más tarde despertarnos de golpe de la manera más clara y contundente. Ahí… esa es nuestra vida.

¿Recuerdan las peticiones y los deseos? Yo no soy la excepción; yo también los tengo. Y tampoco los comparto con nadie. ¿Recuerdan el regalo de la vida, del creador? Pues bien… hoy, de ella, escuche su voz. Mientras la escuchaba soñé por unos segundos y cuando colgó, la vida me despertó.




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