No la olvido


Son muchos los rumores sobre el tiempo y sus cicatrices. Sobre el amor y sus malicias. El olvido y los sueños. Cientos de segundos que se regodean en el viento, y susurran al oído del pobre descontento. Cada una se menciona al oído, no dejando olvidar el eterno sufrimiento. Esos segundos que pasan poco a poco y con esa lentitud casi que tortuosa, como las torturas medievales o las cárceles en invierno.

Unas por otras: Se dice de la libertad, el estar sin ataduras. El estar por ahí corriendo, yendo por la vida sin rumbo fijo y sin el peso del consorte. Sin saber que, sin una de ellas, justo cuando era casi perfecto y lo has perdido, el tiempo es eterno.
Recuerdo en aquel tiempo cuando conocí a una niña, libre como ella sola, inigualable y hermosa. Recuerdo verla sonriendo y con ese brillo en sus ojos. Su cabello una melena y con el baile en sus venas. Un lugar bohemio, marchito por seres de relleno y la amistad acompañándome siempre en mis momentos. Y ella como siempre con su luz y un abrazo que deslumbra. Ese que nunca voy a olvidar. Recuerdo una niña, ahora un poco mayor, que deja entrar una vida ajena a su corazón; sin imaginar siquiera la magnitud que conllevaría. Sin imaginar un poco, todo lo que cambiaría su vida. Tan inocente como nunca y enceguecida por un sentimiento dulce y furtivo.
Tratando de sacar lo mejor de mi memoria, la recuerdo a ella, una habitación medio oscura y un anillo ciertamente con holgura. Por obligación un pulgar y un índice en su lugar. Tengo presente una niña que me ayudo en los momentos más difíciles, que me enseño y que trato, por lo menos, de hacerme una mejor persona. Esa misma que se metió en mi corazón y me lo arreglo por completo. Esa que sabía introducirse en mi mente y poner todo en orden. La que me enseño de paciencia, de amor, de perdón y tantas cosas que aún perfecciono.
Ahora, siento que no es el mejor momento; no sé si para pensarla o para olvidarla. Solo siento que no es el mejor momento para nada. Porque se supone que esto debe durar seis meses. O menos, o más. Ese tiempo del que hablaba hace unas líneas atrás, donde los segundos susurran al oído “No te preocupes. No me iré de aquí pronto”. Y ahí se instala ese segundo; en el oído y en la mente, como tortura por todo un año.
Pero los segundos, el tiempo, es lo de menos. ¿Quién sería tan majestuoso ser para crear el subconsciente, encargado de los sueños? Esos sueños que muestran lo que queremos ver. Lo que queremos vivir. Lo que queremos tener. Los mismos que en ocasiones se confunden y nos muestran aquello que nos preocupa y lo que más nos asusta. Benditos sean los sueños, porque a los enemigos también hay que bendecirlos. Y si, a veces despierto como enemigo de los sueños. Porque por momentos me alegran los segundos, mostrándome aquella niña que aún recuerdo tan perfectamente, que hasta en los sueños puedo sentir su aroma y su calor.
Puede ser reprochable, pero no la olvido. Y siempre será, ella, mi mejor escrito.



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