La luna que amerita halagos
Siempre hablo de la luna y de que amerita halagos. Y
es que su belleza sucumbe sobre nuestro mundo. En nuestros sueños se escabulle
y nos sorprende con su hermosura.
Ella siempre está. Está en los cuentos, en
las novelas, en los cuadros y en los poemas. Pertenece a esta creación divina y
es la testigo de miles de romances ocasionales entre los bares y las montañas.
Por mencionar tan solo lo más cadente y lo más soprano de los paisajes. “Seamos
uno con la luna” “te la regalo” “subo por ella” “mientras la miremos seremos
uno a la distancia” y otras frases que se me ocurren, son el cliché de su
magia. Porque la luna maravilla y enamora, con un encanto místico de los amantes.
Crea historias y suspiros; sobrepasa la imaginación e inspira en la escritura.
Pero siempre hablo de la luna y de que amerita
halagos.
A veces la vida me regala esos raticos de felicidad
plena. Esos momentos en los que todo, simplemente, fluye. El avivamiento de un
sentimiento, un rostro o una voz; un consejo, una sonrisa o un perdón. Una cita
que no debió ocurrir, una travesía que estaba por descubrir y un abrazo que se
dio sin discernir. Miles de sonrisas, más bien ilimitadas, bromas sin cesar y
una deuda inocente por pagar. Todo fluye y es cuando me detengo bajo el cielo,
en la mejor de las vistas, y descubro la luna radiante como nunca. Es en ese
preciso momento que entiendo que todo fluye por su magia: por la luna de los
locos. La luna de los errantes del plano vivir, los soñadores y los escritores.
Justo ahí, de pie, pienso:
“Hoy es de esos días. La luna amerita halagos”
Al amanecer, todo queda atrás.
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