DOS SEGUNDOS

Estaba sentada mirando la ventana. La lluvia se confundía entre mis lágrimas, no podía creer lo que había pasado. ¿Cómo podía ser? Él era mi todo y en dos segundos se convirtió en nada. Mil días tratando de buscar algo a lo que le llaman “amor”, idiotizada en la mirada de un hombre, en donde solo encontré un amargo placer convertido en mi única felicidad dentro de mis entrañas, pero mi única felicidad se había esfumado en tan solo dos segundos. Los recuerdos viajan y claramente no me dejan en paz. Su mirada alcanzaba lo más profundo de mi alma; pero extrañamente, cada segundo que pasa la historia se distorsiona. Parecen vagos recuerdos que ya se me olvidaban. La depresión cada vez era más fuerte, me faltaba la energía y ya no quería comer. No sentía necesidad de dormir pues la verdad me distraigo fácilmente. A veces no distingo muy bien lo real de lo irreal, pero esto ya no me asusta, no me interesa; me acostumbre a vivir así. Mis recuerdos se nublan, pero tú, sigues presente.

Mi presencia se desvanece entre tus dedos y mi conciencia se pierde entre tus ojos, negros como mi sangre.

¿Y cuál será el destino? El que nos jurábamos entre dormidos. Cuando bajo las sabanas nos mirábamos y nos regodeábamos con suspiros. A veces te veo en mis espejos y te odio, pero te amo. En ocasiones miro por mi balcón y siento como tu ausencia rompe mis entrañas y el vacío de diez pisos hacia el abismo se convierte en el mejor camino. El filo de mis pesadillas acaricia el reposo de mis muñecas, y recuerdo con incertidumbre la bendición que dentro de mí, me acompañaba. Y ese es mi consuelo; solo el recuerdo. Y es ahí cuando el humo verde del desvarío y el polvo blanco de súper poderes son la mejor compañía.

No sé hoy o ayer; el tiempo ya no pasa. No sé si soy yo, o si eres tú, o si somos uno solo.

Ya no recuerdo tu rostro, aunque por momentos me lo invento. Como el príncipe azul que solías ser.

En esta soledad que me entierra viva, solo puedo pensar en estas cuatro paredes en las que suelo desfallecer, en este lugar donde todo ocurre, puedo desvariar y gritar. Mi mente son cuatro murallas en las que vivo y me confundo. Porque me miro y te veo en mí. Con tu ropa aun en mi cuarto. Es una locura. Es mi realidad.

Amaba con todo mi corazón golpear tu cuerpo y deseaba arrancar todas tus extremidades y enterrarlas donde nadie más las pudiera ver. O, porque no colgarlo en la plaza del mercado, para que al amanecer todos pudieran apreciar tu ridícula belleza, parte por parte. Cada uno por su lado. Y por eso te amo, porque te odio. Y la verdad hay días muy lucidos, aún, hay noches en las que no se si existes.

Ahora solo me quedan dos segundos de lucidez. Antes de que el humo y los polvos de súper poderes se dispersen de mi mente, y vuelva a mi distorsionada realidad.



Tatiana Montes
Camilo Quiñones

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