DIEZ MINUTOS DE SUEÑO


Antes de volver a enamorarme, necesito escribir.
No tengo mucho tiempo; quizá sea cuestión de minutos.
¿Y como no escribir? Si acabo de pasar por el peor momento de mi corta vida.
¡No! No estoy muerto. Pero por un momento estuve muerto en vida.

Gozaba de una relación magnifica, aunque no perfecta. Como en todo, nunca faltaban los problemas. Discusiones, celos, errores que prometimos no revivir jamás. Hasta pensábamos vivir juntos.
Confieso que no estábamos en nuestro mejor momento, pero hacia mi mayor esfuerzo por volver a enamorarla y parecía funcionar. O al menos era lo que yo creía.

Un día cualquiera, exactamente hace diez minutos, íbamos camino a un acontecimiento poco importante; una celebración en la institución donde yo estudiaba. Por supuesto la invite a ella, porque al parecer me había convencido de no faltar.
Probablemente hace diez minutos llegamos y empecé a presentarla a todos. Escogimos una mesa y nos sentamos. Hablamos un poco del lugar y de las personas que había conocido. Estaba a punto de decirle lo hermosa que se veía y de la nada se excusó para ir al baño.
Me quede ahí, mirando a las personas que pasaban junto a mi sin siquiera darse cuenta de que yo existía en ese momento.
Tardo diez minutos en llegar. Entonces retomamos nuestra conversación cursi y jovial. Pero algo pasaba. La note diferente. Quizá un poco… distraída. Afanada por algo que en mi cabeza no existía.
Al cabo de diez minutos se arrimó un compañero a nuestra mesa y entablo solo una palabra sin mirarme: “Vamos”
Cuando observe el rostro de mi amada, tenía una sonrisa expresiva y sus ojos deslumbraban. Sin duda alguna, ese era el rostro de la felicidad.

Le pregunte:
-¿Qué pasa?
- No te preocupes. No me demoro.

Subieron las escaleras corriendo y mi mente volaba. Espere, sin saber en qué pensar.
Cuando me pregunte por la hora, me di cuenta de que mi reloj no marcaba horas. Solo minutos. Faltaban diez minutos para poder acabar. Me levante y me fui.  

Al día siguiente en la institución me la volví a encontrar.

-¿Qué haces aquí?
-Te vine a buscar. No has estado en tu casa últimamente. Explícame porque te fuiste sin avisar. Cuando volví a la mesa ya no estabas.

La mire fijamente a los ojos. Me causo gracia su reclamo. Pero más que gracia, ira.

-¡Espere diez minutos! ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Qué se supone que debía pensar? Mira… no sé qué pasa, y puede que este exagerando o adelantándome a los hechos, pero creo que debemos dejar las cosas así. Al parecer es lo que tú quieres.

Pensé que me reflejaría en su rostro la angustia y preocupación por la idea de perderme, pero solo un “No” dijo con voz despreocupada.

La tome del brazo y la lleve a un salón vacío.

-Dime, porque estás aquí realmente.
-Para buscarte. Ya te lo había dicho.
-Bueno… te fuiste con él sin decirme nada y no regresaste. Supongo que si lo hubiera hecho yo, te hubieras enojado mucho más.
-No empieces con eso otra vez.
-¿Te das cuenta? Mi amor… -La tome de la mano y suavemente le quite el anillo que representaba toda nuestra historia juntos- Creo que es momento de terminar. –Puse el anillo en la palma de su mano-
-Bueno.

Quede sin habla. Aunque era lógico el desinterés, esperaba ver un poco de dolor. Algo de tristeza en ella, con la que pudiera satisfacer un poco la ira que sentía en ese instante.
En ese momento miró por encima de mi hombro y soltó mi mano. Esbozo una leve sonrisa. Como era de esperarse, detrás de mí estaba él. Justo él.
Una vez más y cínicamente: “Vamos”

Antes de que se tomaran de las manos y dándome la espalda, me lance sobre él.
Y lo lamento. De verdad lo lamento. Lo lamento porque no quede del todo satisfecho con la golpiza que le propine. Mi sangre hervía y mis nudillos me pedían mucho más. Pero ver a mi niña… a mi amor, tan inmensamente asustada y preocupada por él, intentando detenerme, fue lo suficiente para darme cuenta de que en verdad la había perdido.

Diez minutos más y le pregunte:
-¿Sabías que tiene esposa?
-Si ¿Y?
-¡Lo sabes y aun así te vas con él! ¿No pudiste esperar a que por lo menos terminara con ella?

Una voz oscurecida por la sangre y agitada por una golpiza, refuto:
-¿Quién le va a terminar? Yo no voy a terminar con ella.
Ese fue el momento más rápido que recuerdo. Solo alcance a ver su rostro que lo miraba estupefacta y el cínico tan solo agarraba su nariz.
-Vamos.

Tómense diez minutos para imaginar esto. Ella tomo su mano como si no hubiera escuchado nada y yo solo podía gritar internamente. Todo mi cuerpo gritaba con impotencia de perderla y de ser testigo de tal cinismo, descaro y despreocupación de su parte, de ser el segundo plato tan cómodamente.
Por fin, vi cómo se tomaban de la mano mientras caminaban lentamente por el pasillo, dándome la espalda. Ella no volteo a mirar ni una sola vez.

Y de repente las paredes que conformaban el largo pasillo se convirtieron en altas graderías donde estaban sentados todos los estudiantes de la institución. No solo eso; también todas las personas que alguna vez conocí. Mis amigos y enemigos, mi familia y su familia, todas aquellas personas que en algún momento fueron testigo de nuestro amor.

Todos me miraban. Sentí en cada una de las miradas una gran compasión. Como tristeza.  Como si yo mismo me reflejara en todas esas personas. Así que deje de caminar detrás de ellos dos.
Solo fue cuestión de diez minutos para que todos empezaran a chiflarlos mientras les arrojaban basura.

Sentía un gran dolor. Sentía que el corazón se agotaba de tanto golpear. Y solo podía pensar: “¿Qué haré ahora?”



Por suerte, mi realidad está totalmente aislada a este tema. Pero confieso que me sentí sin vida, por diez minutos. 

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