Una corta noche bohemia.


 Una noche que no se olvida. Una noche que merita halagos. Una compañía inigualable.

Íbamos tarde y casi corriendo loma arriba, por las calles bohemias de Cali -nada más y nada menos que San Antonio- cuando
, una sombra causo extravagancia en la oscuridad de la noche. Las cabezas colgaron de lado a lado obedeciendo a la belleza de una luna marcada en majestuosa perfección, que brillaba en amarillo intenso y mostrando cada hendidura formada por el tiempo infinito que ha estado ahí, como en ese preciso momento, como pendiendo de un hilo, flotando sobre la ciudad llena de luces parpadeantes por cada partícula de amor que en ella habita.

Más que todo dos, que seis ojos, veían a través de ella, fijando un rostro y una historia que abarcan su alma y junto a él, inclinaba. Nadie más comprendería la rabiosa alegría que le proporcionaba aquella imagen en ese momento.

La luna llena y baja, en todo su esplendor; casi rosando con el fin del horizonte donde comienza la ciudad, una calle oscura perdida en bohemia, con sus casas bien adornadas y con puertas altas como montañas, y la luna bella y fiel que con su majestuosidad lo iluminaba a él.

Él, con el amor de su vida a su lado.


Ella, la mujer que amo.

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