Primera y última primera noche
Tantas veces visto y tantas veces oído que de la primera
vez, historias promiscuas, mitos sociales.
Un cuento de fantasía tachado en vulgares comentarios
sueltos, en forma de palabras presumidas y altaneras que llegan muchas veces a
oídos desinteresados del tema.
Estos oídos, los mismos que ahora escuchan el roce de la
pluma con el papel mientras deja manchas de tinta negra sobre él, han sido
testigo directo de tal deformidad y mal uso de las palabras. De los sentidos.
De la razón. De la encallada satisfacción. De cómo el lenguaje, la forma de
comunicación y la confidencialidad han sufrido un desgarrador golpe justamente
por debajo de sus iniciales en mayúscula. Estos mismos oídos que
satisfactoriamente fueron testigo, hace
pocas horas, del derroche. Del buen derroche.
Y es que se empecinan en hablar sobre derroche mal
gastado, tratando temas de apuros y problemas de nueve meses. O por lo menos
así suelen terminar. En “problemas de nueve meses”.
Los padres se preocupan por sus hijos en este tema, pero
no les enseñan. En los colegios lo enseñan, pero los estudiantes nunca lo
aprenden. Quienes no lo aprenden terminan con problemas de nueve meses y
quienes lo aprenden… también.
Unos lo hacen por curiosidad y otros por no dejarse
abrumar. Primer y segundo error.
La curiosidad es un campo minado, lleno de obstáculos y
oscuridades, y un peligro enigmático que estalla en la cara si no se sabe dónde
está cada mina. Si las personas no se informan. Hablo de educarse.
Y los que no quieren dejarse abrumar, pobre de ellos. Hay
que comprenderlos. ¿Cuántas prostitutas no habrán llegado a ser contratadas por
un pobre diablo de estos, que no se dan el tiempo siquiera para que la vida
haga jaque con quien debe ser su alma gemela? ¿Cuántos perdedores de esos no
han sido víctimas de un contagio malditamente inesperado y obvio? ¿Cuántos
habrán cambiado de rumbo por no encontrar en el sexo opuesto lo que piensan que
van a encontrar en el mismo?
Pobres diablos fatigados de tanta inquietud interna y
tanta quietud externa.
El tema a tratar es experto en teoría; y desde este punto
y coma no me baso en eso.
Las noches son tan efímeras y fugaces, que se van en un
suspiro. Nada comparadas con el día, largo y agotador. Pero vuelvo a la noche,
porque en ella pienso. Como un verso de
Neruda, como un cosquilleo infinito.
Corta, agobiante, noche. Y aunque es de día pienso en la noche.
Noche, noche, noche. Se le va el sentido a la palabra. Pero desvarío resuelto
en recuerdos de la…
Eso. Esa negra de lunares blancos y sonrisa amarilla.
Primera y última primera vez. Y aunque nada se planeó,
todo se dio, presto para el momento. No podría ser más perfecto.
Para resumir, ella la niña de casa con antecedentes de
vivir abiertamente en un mundo lleno de porquerías y chantajes. Yo, el
desagradable palomino con el que las mujeres no desearían toparse, y aun así,
al mismo tiempo y secretamente, lo desearían con ganas inexorables. Ella de la
calle a su casa y trotando entre el humo blanco de la amargura como una
creencia y miles de ideologías, y yo de calle en calle flotando entre el mismo
humo y polvos ácidos de súper poderes inhalados, para suavizar el peso de la
promiscuidad que ahora reprocho. Ella sensible en cuanto a sentimientos, yo
todo lo contrario. Miles de formas para conocernos y ni un acierto. Bueno… uno.
El ultimo.
Pudimos habernos conocido por su amiga que también era mi
prima, o por mi mama a quien una vez quiso pedirle ayuda para algo del colegio.
Hubiera sido más factible en el desfile en el que nos vimos por primera vez y
sin darnos cuenta casi me ayuda a sacarme una foto con una persona de la cual
ahora no sé nada.
Tan solo si ella hubiera ido a ese ensayo de baile en el
que estuve… pero no. Esa fue la única vez que fui y la última vez que falto
ella.
En fin. Tantas formas en las que no coincidimos, para al
final conocernos por cuenta propia. Sin saber cuántas veces estuve a punto de
conocerla, yo la busque, y ella a mí.
-¿Cómo estás?
-Súper bien ¿Y tú?
Y esas serían las palabras claves para entrar el uno en
la vida del otro. Ninguno imaginaria que una simple pregunta de cortesía
desencadenaría toda una historia. Y quizá si lo supiéramos de antemano, lo
rechazaríamos tan solo para seguir con nuestras vidas de locura y desenfreno.
Pero ya está. La pregunta se había mencionado y no había nada que se pudiera
hacer. Ya no. Nada cambiaria en nuestro encuentro más que nuestras vidas.
El humo, el polvo y los amores clandestinos
desaparecieron poco a poco. Después del primer beso, el miedo arranco cabezas,
como un huracán casas. Era claro que todo había cambiado y que una gran
responsabilidad de sinceridad, respeto, y fidelidad, tendrían que jugar el
papel primordial.
Llego otro veinticinco y ella se dio cuenta de que yo no
soy de los que celebran cada mes. Yo me di cuenta que ella no exigía
trivialidades. Eso me encanto.
Paso el tiempo y llegaron los <<te amo>>.
Como también las pequeñas discusiones que nunca pasaron a más que solo palabras
de reclamos, celos o inconformidades. Conocí a su familia y ella a la mía. Su
casa una locura y mi casa tranquila. Ella decía “Si” y yo decía “No”. A ella le
gustan los tatuajes y yo prefiero leer a Borges.
Y aunque se suponía que ella era de casa y yo más bien de
calle, nuestros gustos nos contradecían completamente. Y esa, esa ha sido una
forma perfecta de complementarnos.
Ella me ama con el mal genio que me corroe y yo la amo
aun cuando esta de algarabía con sus amigos. Porque parece exagerado pero como
ya he dicho antes: las miradas matan y los celos perturban.
La primera y última primera noche que dormimos juntos, en
un paseo familiar, mis palabras sutilmente posadas en sus oídos hicieron juego
con los latidos de ambos corazones bajo las sabanas, y por supuesto tuvieron
una respuesta inesperada y jugosa, que partió en mil mi pensamiento y aumento
la curiosidad del deseo.
-Si te dijera que quiero hacerte el amor, no me lo
creerías.
-… Si te dijera que también quiero hacerte el amor, no me
lo creerías.
Y aunque el deseo de ambos era cierto, esa noche, solo
palabras. Cada vez nos conocíamos más.
A ella le gustaban los leones, bailar, la filosofía y la
compañía de Dios. Yo disfruto la lectura, me gustan los lobos, actuar y me
conformo con la compañía de Chopin en cada una de sus melodías. Somos
peculiarmente distintos pero compaginamos en todo. Es increíble. Es genial. Como
dije ahora: perfecto.
Desvarío y me extiendo. El tema a tratar es experto en
teoría y precisamente porque me extiendo, me gusta basarme en la teoría. Pero
hace un punto y coma, no. Escribo lo que siento y siento lo que escribo.
Parafraseo y parafraseo sustancias psicoactivas que se remontan a hace varias
horas atrás.
Un lago, los árboles, el prado y las flores, las
ardillas, los patos, ella y yo. Un día despejado y con aire de amor flotante,
que se veía y respiraba por todas partes, en el que aprovechamos para
distraernos de lo cotidiano y apartarnos juntos en nuestro mundo de
despreocupaciones y liviandad, hasta que la noche que llego estaba perfecta
para dos trozos de pizza, informales para una noche de amor y amistad.
Pasada la media noche Cenicienta dejo de ser Cenicienta y
la bestia paso a ser hombre. Los cuerpos
respiraban un poco más, gracias a las prendas que habían adoptado para ir a
dormir.
La idea había sido clara todo el día y se había planeado
con varios días de anticipación; iríamos al lago en la tarde hasta que el sol
se escondiera de tanta cursilería nacional, comeríamos algo, escucharíamos música en mi casa, y al final del día, de la
noche, dormiríamos juntos. Todo esto si la situación se daba. Y se dio. De
hecho el plan solo era el lago y dormir juntos en mi casa, pero se extendió,
como yo en este momento.
Fui hasta la cocina a buscar con que ahogar mis deseos.
Abrí la nevera. Agua, leche, un jugo concentrado, zanahorias, una manzana a
medio comer, ¿Un cepillo de dientes?, vinagre blanco, varias frutas color
naranja, hielo. Mucho hielo.
Cuando volví estaba ella tendida sobre el colchón que
caía directamente sobre el suelo, envuelta entre las sabanas hasta la cintura y
pensé en devolverme.
¿Más agua?
Me podía ahogar en todas las bebidas que encontrara y aun
así todo seguiría igual. Abajo. Aquí arriba. O donde sea que el deseo se
escabulla mientras se emana con euforia esplendor.
Me senté junto a ella y ella se sentó también. Ahí
estaba. Ahí la tenía; en mi habitación, sobre mi cama, con el torso semidesnudo
y con ojos de total cansancio.
Me miró fijamente y esbozo una pequeña sonrisa, y aunque
ella solo esperaba una noche de juegos maliciosos, risas y anécdotas contadas
desde lo más profundo y escondido del corazón, también había esperado ese
momento tanto como yo.
Sostuve su mirada apenas hasta soportar las ganas de
besarla. Ya la estaba besando. Con deseo. Con fe de un futuro. Con fantasiosa
realidad.
Me aparte lentamente, pose mi mano sobre su mejilla y
esta, mano inquieta de sueños volátiles, peso una tonelada. Empecé a deslizarla
con delicadeza pos su cuello, hasta su pecho. La curvatura de mujer se hizo
clara; fue entonces que mi mano paso suave sobre sus senos hasta su abdomen y
más abajo, hasta descubrir sus piernas. Me miro con oscilante temor y
desgarradoras dudas.
¿Y ahora qué? ¿Qué sigue?
Quite de golpe la sabana que aun cubría parte de sus
piernas, dejando en claro todo. Me agarro con su brazo sobre mis hombros, me
atrajo hacia ella y me detuvo a dos centímetros de sus besos. Mire sus labios
entreabiertos que exhalaban cálido aire de aprobación y ella observaba mis ojos
que tanto la leían.
En un convenio entre el cielo y la muerte, me beso
desesperadamente apretándome fuerte con sus brazos, contra sí misma.
Se echó hacia atrás lentamente asegurándose de no dejarme
escapar. Nos besamos con furor. Mis manos ya jugaban descaradamente sobre su
cuerpo, el pálpito aumentaba, los besos nos dejaban sin aire y el frio se
convirtió en calor infernal. En un fiel movimiento casi queda sobre mí, pero
no. Quedo perfectamente posicionada para que mis manos recorrieran su espalda
de arriba abajo y viceversa, y con pulso de maraquero poder quitar lo que se
necesita para un novato, pulso de relojero. Nos miramos a los ojos mientras su
escote caía y los prejuicios se hicieron cenizas. El aroma que se respiraba era
cálido y dulce. De fondo unas canciones de un álbum irónicamente llamado
“Dulzura” y las horas se volvieron segundos.
Ambos cuerpos agotados por la pasión se oxigenaban por
cada poro, desesperados por aire fresco y claro. Cada partícula que se expandía
en el espacio por los palominos, resultaban en desvanecimiento por la euforia
palpitante. Y fue en una breve pausa donde asociamos nuestras mentes, que se
encontraban a millas por el placer, con nuestros cuerpos que repentinamente
temblaban de cansancio y satisfechos.
-¡Qué forma de quitarme el sueño!
-Por fin te tengo aquí; desnuda entre mis brazos.
-Por fin.
Y sus labios, se hicieron presentes; de nuevo.
21-09-13
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