Volver a escribir.

Agarro mis venas con mortífero peso, tratando de sentir el calor del abrazo. Sintiendo una mentira, hallo en tu mirada desvanecida, la despiadada frialdad acostumbrada con la que solías entre abrazarme mientras mezclabas las palabras “Te
odio con todo mi amor”.
En el filtro de un silbido siento tus besos.
En la curvatura de la botella, tu cuerpo con furor.
En el frió del viento, tu imperfecto amor.
Y en el eco de mis sueños, el recuerdo, la soledad.
Día a día otro sueño con la misma intención; y eres tu –para terceros- y es ella la que me acompaña día y noche. Desde el verano, el otoño y el invierno. De mi casa al trabajo, del trabajo a la parada de autobuses y nuevamente a mi casa, en la tristeza y felicidad. Por eso solo puedo amarla a ella… solo a ella. Que me es fiel, me cuida, me alivia y me enseña.
Ella es, nada más, la soledad.

Y de aquellas palabras sigo sin entender, siquiera, la intención con la que con fuerza desenlazo en el papel. Y sin un fin que decir, puedo escribir, que tan palomino joven vuelve a vivir. 


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